Sean Thornton (John Wayne) es un boxeador retirado que llega a Innisfree,
su pueblo natal en Irlanda. Allí tratará de olvidar los malos recuerdos vividos
en su etapa pugilística en Estados Unidos.

De esta película de John Ford, a
mi personalmente me conquistó el paisaje y la música, en consonancia durante
toda la cinta. Es un gran acierto por parte de Victor Young (encargado de la
banda sonora) la elección desde la música ambiental, hasta las canciones
entonadas en la taberna. En cuanto a las escenas en el exterior, Ford y Winston C. Horch (director de fotografía) logran
trasladar a cada espectador a las verdes praderas irlandesas. Mención aparte
merecen los fabulosos planos y paisajes utilizados durante la carrera de
caballos que protagoniza Wayne: simplemente excepcionales.
John Wayne aporta toda la solemnidad
que el personaje requiere. Es fácil ver en sus gestos y en especial su mirada,
el pesar de sus recuerdos de los que trata de huir toda la película. Cuando se
le exige otro registro, por ejemplo cómico, cumple con las expectativas
realmente bien.
El guión también juega un papel
importante que Frank S. Nugent resuelve con gran maestría. En manos de un
reparto de lujo, además de Wayne (que injustificadamente no obtuvo si quiera
una nominación al oscar), destacan Maureen O Hara en el papel de una mujer con
carácter; Victor McLaglen (que sí fue nominado al Oscar como mejor actor
secundario), como un hombre de campo bruto; y Barry Fitzgerald, como el abogado
o notario del pueblo que se gana al espectador desde el minuto uno.

Y reitero que es un gran final
porque, aunque pueda parecer machista (como he escuchado alguna vez por
feministas radicales), basta con ver la escena completa para comprobar que es el
humor el verdadero protagonista y no la violencia.
En mi opinión, una de las mejores
películas de la historia del cine, con un final imposible de mejorar.
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