Antes de nada, tengo que decir
que no soy aficionado a los musicales. De hecho, no me gustan. Y no me gustan
porque cuando veo una película, necesito meterme en el argumento y estar
centrado en la trama durante toda la cinta, y cuando algún personaje empieza a
cantar, involuntariamente, desconecto. La única excepción que hago, y que en
este caso también confirma la regla, son las películas de Disney, donde la
canción es pegadiza y a menudo instructiva de cara al futuro (Hakkuna Matata).
Sin embargo, mi animadversión por los musicales, no quita que reconozca el mérito que tienen los actores al actuar,
interpretar y cantar al mismo tiempo. Pero no me gustan los musicales.
Pese al rechazo que siento por
este género, decidí ir a ver Los Miserables, la conocida obra de Víctor Hugo,
decidido a darles una oportunidad, y porqué no,
iniciar el camino hacia un cambio de opinión. Quizá fuesen los buenos
actores elegidos, liderado por uno de mis favoritos como es Russell Crowe, lo
que me ayudó a decidirme por esta película. Eso y que me imaginaba que no sería
todo el tiempo canciones, sino que intercalarían algún que otro diálogo. Una
proporción, pensé, 60 por ciento música, 40 por ciento diálogo. Pero no, me
equivoqué. 97 música, 3 diálogo. Eso sí, como agradecí ese pequeño 3 por
ciento.
He de decir que si tampoco me
gustó demasiado Los Miserables, además de por ser un musical (sí, reconozco que
estoy siendo un poco pesado), fue porque la vi a las doce de la noche. Un
viernes, después de haber madrugado y con unos vecinos de butacas tocapelotas,
son factores que no ayudan mucho a que una película de tres horas te deje buen
sabor de boca.
También acudí al cine con el
magnífico recuerdo que me dejó la anterior adaptación de Los Miserables (la que
no era musical, y vuelvo a recalcar mi rechazo a este género), dirigida por
Bille August y protagonizada por Liam Neeson (al que admiro y respeto desde que
se pasó dos películas completas soltando mamporros a diestro y siniestro para
rescatar a su mujer e hija en Venganza y Venganza 2), Geoffrey Rush y Uma
Thurman (me toca la banana, ¡malditos Petersellers!). El reparto en esta
adaptación estaba dirigido por Tom Hooper
La elección de los actores de
esta versión me parece muy acertada, con Hugh Jackman, en el papel del benévolo
y atormentado Jean Valjean, Russell Crowe como leal oficial al servicio de la
ley y Anne Hathaway, como la desdichada Fantine. Completan el reparto Amanda
Seyfried y los un tanto cansinos (en el papel que interpretan) Helena Bonham
Carter y Sacha Baron Cohen.
Pese a que no me gustó mucho la película, tiene aspectos que sí
merecen la pena destacar. Una de ellas es el momento en el que Anne Hathaway,
interpreta el tema archiconocido de “I dreamed a dream”. Un momento cargado de
sentimiento que permite al espectador hacerse una ligera idea de la terrible situación
que vive su personaje después de haberse visto obligada a prostituirse, a que
le extrajesen varios dientes y a que le cortasen el pelo (este último parece un
mal menor pero les sorprendería saber el cariño que tiene mucha gente a su cabellera).
Otro factor destacable es la puesta en escena, muy muy buena también.
Si me preguntan si deben o no ir
a ver Los Miserables, les diría que sí, que los actores se merecen el caché que
cobran y que no podrían hacerlo sin el dinero de su entrada. Además, verla en
el cine es una cierta garantía de que verá toda la película, ya que en casa, en
el sofá, después de comer, dudo mucho que haya alguien que aguante hasta el final.
Bueno no, yo tuve deseos de salirme de la sala un par de veces y poner fin a un
día agotador, metido en mi cama y no viendo cantar a Lobezno.
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