There will be blood, traducida misteriosa e inexplicablemente al español como Pozos de ambición es una de esas películas que se le escapa a la mayoría de la población española. Le rodea ese misterio de que, a pesar de ser una película nominada a ocho premios Oscar, y ganadora de dos, no ha sido vista por demasiadas personas. Digo esto porque yo era una de esas personas y la mayor parte de mi entorno lo sigue siendo. En el año 2007, cuando se estrenó, ya tenía el gusanillo del cine correteando dentro de mí y tengo que decir que no recuerdo que le dieran demasiada bola publicaría a esta película, al menos la que se merece.
Lo
cierto es que la primera vez que vi la película fue de una manera que te
hace pensar de antemano que no te va a gustar: impuesta en la
universidad. Estando en clase de Cine, una de esas asignaturas de Libre
Elección de mi carrera y a la larga una de las más interesantes del
lustro que pasé en la universidad, nuestro profesor nos puso los
primeros diez minutos de la cinta con el objetivo de analizarla
posteriormente. Lo siguiente que recuerdo es que, una vez que llegué a
mi casa, antes de cenar, cambiarme de ropa e incluso saludar al resto de
mi familia, continué en mi habitación lo que había empezado a hacer en
clase: ver una de las mejores películas que he visto nunca.
Si algo tengo que decir de esos primeros diez minutos que vi en clase es que me sorprendió gratamente saber que no es necesario utilizar palabras para expresar muchas, muchísimas sensaciones. A lo largo de las casi dos horas y media que dura Pozos de Ambición, la música y los sonidos ambientales e incluso los propios gestos de los protagonistas, son suficientes para decirlo todo sin decir nada. Son probablemente estos recursos los que hacen a muchas personas que empiezan a ver la película, cambiar de canal o irse a sacar al perro.
Para mí destacan dos personajes, el del gran Daniel Day Lewis, en el papel de Daniel Plainview y Paul Dano en el papel del carismático Eli Sunday. Ellos dos solos, relegan al resto del elenco no a una posición secundaria, ni terciaria, si no a puestos inferiores pero imprescindibles ya que contribuyen a ensalzar la ya de por sí buena interpretación de los dos actores.
La historia de la película, que es lo que suele interesar más a los lectores y a lo que he venido a escribir, es la de un prospector de petróleo (Daniel Day Lewis) que, tras trabajar duramente y acarrear todos los problemas que conllevan perforar la tierra en búsqueda del preciado oro negro, consigue convertirse en un hombre de éxito que no duda en eliminar de su camino a cualquier oposición que surja o intento de ella. Incluida la fe y la familia, dos de los pilares más importantes en la sociedad californiana de principios del siglo XX (y de ahora), donde está ambientada la película.
Daniel (mismo nombre en la vida real y en la ficción), recibe un soplo sobre la existencia de importantes bolsas de petróleo bajo los terrenos de un pueblo humilde, Little Boston. Con la ayuda de su hipotético hijo HW (y digo hipotético porque en ningún momento se ve a la señora Plainview ni el nacimiento del vástago) nuestro protagonista se instala en el pueblo con la intención de extraer todo ese petróleo y continuar aumentando su negocio y los beneficios. Pero no será tan fácil porque, un zalamero pastor, seguido ciegamente por sus feligreses, se encargará de tocar las narices a nuestro protagonista a través de la palabra de Dios, y de la suya propia.
Del resto de la película ya se pueden hacer una idea de lo que ocurre cuando en el camino hacia el éxito de un ambicioso empresario, aparece un sacerdote con sed de justicia e igualdad. A lo largo de la cinta, se puede sentir como, de manera alterna, se le va cogiendo cariño a un personaje y animadversión al otro, pero nunca les despertarán el mismo sentimiento los dos a la vez.
Sumergiéndome un poco más en el reparto de la cinta, Daniel Day Lewis logró un Oscar en la categoría de mejor actor. El director y productor de la cinta Paul Thomas Anderson y el pobre Paul Dano, se quedaron con las manos vacías, lo cual me deja una ligera sensación de injusticia.
El motivo por el cual he escogido Pozos de Ambición para empezar a escribir en este blog, es porque siento que el público en general en España, está en deuda con esta película a la que, como en otras muchas injusticias que se suceden en esta vida, no se le ha dado ni tan siquiera, una primera oportunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario